Tengo este Lucerito. Es chiquito pero muy bonito. De noche, cuando hay silencio, lo guardo en esta cajita de madera que le hice especialmente. Por las mañanas, en cambio, saco mi Lucerito y lo llevo de paseo por las calles arboladas de mi pequeña ciudad.
Mi Lucerito es muy mansito, por eso a veces lo dejo solito y salgo donde mis quehaceres. Pero más que pronto ya estoy extrañando a mi Lucerito y vuelvo agitando los huesos de mi cuerpo tozudito. Entonces encuentro a mi Lucerito jugando con cositas: las pilas de la radio portátil, los palillos de cocina, un encendedor, los portavasos, las dos únicas palomitas de madera que me quedan de las seis que me regaló la tía Elvira, un zapato viejo sin cordones y, a veces, el juego de ludo que yo siempre trato de guardar en los lugares más recónditos y altos, lejos del alcance de mi Lucerito.
Mi amigo Marito me dice que tengo que regalar este Lucerito, que me hace mal estar siempre tan pendiente de algo que en definitiva no me pertenece. Que tengo que ocuparme de mi aspecto físico, comer, salir más con los amigos, visitarla a la Anita, salir de mi casa. Pero yo no quiero. Mientras mi Lucerito me acompañe no hay nada de qué preocuparse.
Cuando salí al fondo de mi casa, era yo todavía muy joven; vi ese campo casi eterno de diez metros de ancho, vi las plantas tupidas y descuidadas que se extendían a los costados, vi a lo lejos un arbolito con hojas moradas y con frutos verdes del tamaño de un puño pequeño, vi en el centro la mesita de hierro toda herrumbrada, vi las cuatro sillitas de hierro perdidas en medio del yuyaral, vi los dos autitos de plástico que después había perdido, vi al final del patio el pequeño cuarto de ladrillos sueltos y chapa, vi su interior, vi la leña que mi padre me hacía juntar el miércoles del mes que viene, vi los restos inútiles de muebles robados, vi cuatro botellas de gaseosa y dos de porrón Quilmes, vi una especie de baúl sin tapa con una cantidad de objetos imposibles de recordar, vi, en el fondo del baúl, por primera vez en mi vida, a mi Lucerito.
Me hice más joven aún. Entré a mi casa y no salí nunca más.
Tengo ya, como dos añitos. Tengo este Lucerito. Por las mañanas salimos a pasear por las callecitas arboladas de mi pequeña ciudad. Por las noches nos vamos a dormir juntitos, en la cajita de madera, la que hice especialmente.
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