Esta paranoia feroz que se relame de sólo verme. Esta paranoia
dionisíaca y precoz que se ilusiona cuando me despido, cuando me voy, cuando
pierdo algo. Alguien, es decir. Es decir que se le cae la baba de sólo pensarme
en soledad y me imagina sentado en
un bar tomando un licuado de frutas
solo, o yendo al cine a ver cualquier cosa solo, caminando por las peatonales
solo, en mi habitación solo, en mi cuaderno solo, en mi cabeza solo. Porque
esta paranoia es así; hambrienta de mí. Deseosa de mi voluntad. Esta voluntad
que parece prestada, alquilada, encontrada, en fin, que no es mía. Esta
voluntad presa perfecta para esta paranoia que me asfixia, me consume y me hago
líquido, me diluyo entre las cosas, ente los autos y remises y remisiones. Me
remito a mí mismo. Me contemplo y veo esta paranoia como imagen verdadera,
segura, cierta, e inalterable. Y me hago moto, me hago ruedas, me hago
aniquilación. Pero esta paranoia persiste en su relamida y sigue imaginándome
en cada avatar mío y sigue construyendo mi existir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario