sábado, 26 de noviembre de 2011

Esa naturaleza


Esas desérticas ramas cambian sus posturas oníricas para separarse por fin de su árbol. Ese árbol tiránico y único poseedor de los coluros frutos de la banalidad. Ese árbol que no aguanta las revueltas y redobla las apuestas en contra de las ramas de su propia luminosidad. Esas ramas que caen a disolverse y perderse en la tierra de los abonos y la fauna. Esa tierra de la leve tiranía pero de no menos insatisfacciones guturales que en el curso de la llanura selvática se aplaca para después encenderse y reventar de rojosidad desde su vareado corazón. Ese corazón de carne latente que mana indistinta por los ríos internos de la curvatura sutural de la tierra. Esa tierra, otra vez, que no desciende ni asciende, ya se dijo, revienta. Y esos ríos internos que trastornan los desechos introzados de los árboles: las ramas y sus hojas ,y sus ojos de insectos –la fauna- que sobreviven a la banalidad, a la tierra y sus ríos, a su corazón que revienta, en fin, a su muerte natural que es la única seguridad que alguna vez se tuvo.


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